Una Pesadilla Láctea: Entre la Tortura y el Deseo Confuso

Interesting 35 years old and up 2000 to 5000 words Spanish

Story Content

El sótano olía a metal y desesperación. Las paredes, recién pintadas de un gris apagado, contrastaban con los instrumentos que colgaban de ganchos de acero: látigos, pinzas y correas de cuero que prometían un dolor inenarrable. El joven había pasado semanas construyendo este espacio, una cámara de tortura personalizada para complacer los retorcidos fetiches de su novia. Pero ella estaba de viaje, y la frustración le carcomía.
Su madre, una mujer curvilínea de mediana edad llamada Elena, apareció en la puerta del sótano, con el ceño fruncido. "¿Qué haces aquí abajo, Daniel? Llevo llamándote a cenar veinte minutos. Deja ya esas tonterías y sube a comer."
La idea le asaltó como un rayo. Era grotesca, repulsiva y, al mismo tiempo, irresistible. Él justificó que todo esto lo hacía por amor, un loco y enfermo amor. ¿Y que mal podría haber al probar una vez su aparato? Con las manos temblorosas, vertió cloroformo en un trapo, preparado con anticipación. Tenía todo tan calculado, de tan enfermizo, que asustaba.
Elena regresó a la cocina. El trapo húmedo tapó su nariz y boca. Forcejeó débilmente, intentando gritar, pero el dulce y opresivo aroma la sumió rápidamente en la inconsciencia. Daniel la arrastró hasta el sótano, el remordimiento batallando con la excitación.
Desnuda y atada a la mesa, Elena despertó con un gemido. Un dolor punzante le recorría la cabeza. Sus ojos tardaron en enfocar la cruda iluminación del sótano. "¿Dónde estoy? ¿Qué... por qué estoy desnuda?" La confusión dio paso al horror al reconocer los instrumentos que la rodeaban. "¡Daniel! ¡Oh, Dios mío, Daniel! ¿Estás completamente loco? ¡Suéltame ahora mismo!"
Daniel, presa de un pánico frío, colocó una gag en la boca de su madre para silenciar sus gritos.
Durante un rato, Daniel la azotó en las nalgas y en los pechos con un látigo delgado y flexible. Al no ver marcas de los azotes pensó: ¿Fue un sueño?, o no se quedaban fácilmente debido a los excelentes cuidados que siempre se había procurado su madre. El dolor se mezclaba con una extraña vergüenza, una repulsión que paradójicamente alimentaba su excitación.
"Ya que entraste en calor, mamá, es hora de probar algo nuevo", murmuró, con voz ronca. Tomó dos inyecciones preparadas con un líquido lechoso. "Compré esta mierda en eBay. Hará que tus gordas tetas produzcan leche cómo una puta vaca."
A pesar del terror, Elena sintió un extraño escalofrío. Sus pechos se sentían raros, incluso doloridos, quizás hinchados. Recordó vagamente algo sobre leche en un sueño confuso. No creía poder sentir nada en ese instante a excepción de la ira, el odio, el terror y la decepción.
Daniel hundió las agujas en sus pezones. Elena gimió a través de la mordaza, contorsionándose bajo las correas. En cuestión de segundos, sintió un hormigueo extraño, seguido por una oleada de calor. Gotas de leche comenzaron a brotar de sus pezones.
Daniel murmuró algo sobre "desperdiciar una leche materna tan preciosa", y luego conectó una máquina de ordeño improvisada a los pezones de su madre. Mientras la máquina succionaba, llenando rápidamente los recipientes de cristal, él acarició su cabello, con una mirada enferma en sus ojos.
Después de vaciar su boca con su esperma, Daniel le volvió a poner a Elena el trapo con cloroformo en la boca para que no se enterara que la estaba llevando a la cama de su cuarto. Daniel limpió cuidadosamente el sótano, borrando toda huella de su crimen. Vistió a Elena con su camisón y la acostó en su cama, procurando que pareciera estar dormida.
Elena se despertó con una sensación extraña, como si hubiera tenido una pesadilla vívida pero incoherente. Los músculos le dolían y sus pechos llenos de leche se sentían incómodos. Trató de recordar cómo había llegado a la cama, pero solo encontraba un vacío. Su hijo le mencionó algo sobre que después de cenar, al parecer le entró mucho sueño. Sus pechos se sentían raros, los apretó un poco recordando lo de la leche en el sueño donde además fue ordeñada pero no salió nada. Vio una pequeña gota, pero creyó que era sudor, o tal vez restos del cloroformo
Daniel apareció con una sonrisa forzada y le ofreció una taza de café. "¿Quieres leche en tu café, mamá? Gané un concurso y nos dieron un montón de leche de vaca", mintió.
La leche en su café sabía diferente de la leche que normalmente compraban. Era más dulce, más rica, con un dejo extraño que no lograba identificar.
Daniel le mostró el refrigerador de la cocina. Estaba lleno de galones de leche, cada uno con una etiqueta impresa que decía: "Leche Premiada - Concurso de Ganadería Municipal" y tenían la imagen de una vaca sonriente.
Más tarde, Daniel bajó al sótano, donde tenía un mini refrigerador oculto tras una estantería. Estaba repleto de botellas del mini refrigerador que tenían etiquetas diferentes a las del refrigerador de la cocina. Éstas decían: "Lácteos de la Abuela - Edición Limitada" y tenían la imagen de una curvilínea campesina ordeñando una vaca. Se permitió una pequeña sonrisa triunfal.
Contó las botellas llenas. Dieciocho galones en total, incluyendo el vaso que le había puesto en el café a su madre. Las inyecciones al parecer eran experimentales por eso a diferencia de tratamientos de lactancia inducida donde tarda un tiempo de días en empezar a producir las inyecciones hacen que sea en minutos casi inmediatamente después de ser inyectadas, su prolactina se disparó a niveles asombrosos, una reacción exagerada a los químicos.
En su computadora, Daniel investigaba los efectos secundarios de la prolactina elevada. Sabía que había corrido riesgos. Su plan inicial, ordeñar a su novia ocasionalmente para añadir un toque exótico a sus juegos, se había transformado en algo mucho más perturbador.
Sonó el teléfono. Era su novia. "¿Probaste el nuevo juguete?", preguntó con una voz cargada de curiosidad. Daniel relató los hechos, omitiendo algunos detalles sórdidos. Hubiera esperado repugnancia, horror, pero escuchó una risita excitada. "¡Quiero volver ya! Quiero probar esa cámara y probar esa leche, bueno tu eres el que probaría mi leche… y… la leche de tu madre. ¡Quiero que me uses a mí después, con esa leche!
En el fondo, Daniel sintió una oleada de repugnancia por su madre que paradójicamente lo excitó enormemente a la vez. También sintió repugnancia a si mismo pero una excitación aún mayor. Ahora la amaba, y lo que les esperaba solo era un pequeño, sucio y vergonzoso secreto para que se amaran de forma secreta a perpetuidad.